miércoles, 23 de febrero de 2011

Tengo un asistente personal. Se llama Toyota Highlander.

Como que no hay manera, a veces, de estar con uno mismo. ¿Qué hacen los que están solos y son dueños de su tiempo? ¿Se aburrirán de pronto?. No pretendo hacer de esto un diario íntimo donde voy posteando los pormenores de mi vida doméstica suburbana; otras antes que yo lo han hecho, con resultados no muy decorosos pues, al andar buscando temas para escribir, acaban enmarañándose en chismeríos, confrontaciones con vecinos y patéticos desenlaces de telenovela.
No. Mi realidad no pretende ser tan "excitante"; en cambio, yo la bautizaría como: "desenfadadamente impráctica, dentro del marco de una supuesta practicidad". En serio,  no sé cómo sobrevivo día tras día con mi poca capacidad organizativa. Las mañanas pasan en automático, es lo bueno, con todo y que casi siempre se me olvida que tengo que desayunar. Levantarse ocurre, tan sólo, por la fuerza de la angustia que me da quedarme dormida y darme cuenta de que son, de pronto, las 9 de la mañana y todos en la casa siguen jetones. Y con todo y que me choca a veces tener que manejar a estos flojos a la escuela, que porque hace mucho frio, que hay nieve en el piso y está todo resbaloso, que estamos a -20 grados.... ya saben, las clásicas quejas, yo agradezco tener que meterme al coche y dirigirme hacia algún lado en concreto, pues es mientras manejo que de pronto mi cerebro como que se calma y todo se aclara y puedo ver mentalmente mi calendario y recordar que ¡claro! ese día tenía cita en la escuela de uno, o dentista con el otro, o clase por aquí y pagos de cuentas por allá, o fotos por editar o cartitas que escribir.
¿Qué tiene el auto que ayuda a pensar? Quizás tan solo el hecho de que obligas a tu mente a enfocarse en una sola cosa por un momento: no estrellarte con cosas fijas o en movimiento.  Al menos por unos minutos, porque el chip del "multitasking" no tarda en prenderse y ya estamos rápidamente buscando el celular, haciendo llamadas importantes que se nos olvidaron (-pues sí, oiga, que si arregla el tanque de agua pues llevamos dos días sin agua caliente...-), contestando emails, pensando en qué poner en el status del facebook, asegurándonos, con la aplicación adecuada del iphone, que la temperatura ambiente es, sin duda, la que sentí al salir de casa; y todo esto al tiempo que escuchamos las noticias con el consabido horror que éstas nos producen.
Sí, señor. Bendito el coche a quien ahora equiparo con el Ritalin. Lo amas y lo detestas, porque a la vez se apodera de tu vida, se vuelve como otra articulación de tu cuerpo, como un brazo o una pierna... pero un poco incómoda porque no nos la hicieron a la medida y, además, pesa mucho y se ensucia una barbaridad; en fin, un mal necesario.

Añoro y espero con ansias la primavera, cuando pueda sacar del garage mi querida amiga bicicleta, y salir a buscar pretextos para salir, perderme en calles que nunca he estado, no hacerle caso al timbre del celular y, lo más importante, no tener que ir a recoger ni llevar a nadie. He dicho.
Lo único es que tendré que buscarme nueva oficina... si no, ¿cómo haré para acordarme de las cosas?. O peor aún, ¿qué tal que a mi coche le da por ofenderse y busca represalias? Es capaz de atacar durante la noche a mi bicicleta, cuando nadie los ve, o fingir un ataque al alternador o derrame de líquidos supurosos, tan solo por llamar la atención.
No. Creo que mi existencia tendrá que seguir ligada de una u otra manera a ese aparato infame, pero necesario,  (aunque siempre me daré mis escapadas a dos ruedas, tan solo yo y el aire primaveral, pedaleando sin rumbo fijo, con la mente abierta y el horizonte ahi delante........)

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