martes, 13 de septiembre de 2011

Sobre el árbol y la gelatina.

Alguna vez leí por ahí que criar adolescentes es como tratar de clavar gelatina a un árbol. Jamás se ha explicado este arduo trabajo con semejante claridad. Quienes sufren la forzada convivencia diaria con humanos de entre 13 y 18 años, entienden perfectamente a lo que me refiero; más aún si dentro de los parámetros de tal convivencia se estipula que además hay que guiarlos por el camino del bien, alimentarlos de cosas sanas, hacer de policías y enfermeras y asegurarse que no se mueran accidentalmente cada fin de semana. Es agotador, en verdad y, a la vez, una labor imposible. De ahi lo de la gelatina.

Los hijos, cuando chicos, son una maravilla. Me río en la cara de cualquiera que se queje porque su adorado bomboncito entró en la terrible etapa de los dos años (o los "terrible twos" como ya se le conoce universalmente en el mundo anglo-parlante), o porque ¡qué trabajo más agotador, corretear a mi peque de arriba para abajo, recogiendo juguetes!. ¡Já! les digo yo. Denme un bebé que corretear todo el día y montón de Legos que guardar en sus cajas, a cambio de lidiar con cambios hormonales, alcohol y cigarros escondidos, peligro de caer en el pozo sin retorno de la perdición (gracias a la compañía de dudosos personajes y total y absoluto desinterés en la escuela) y la peor actitud (ancho descaro el suyo, en serio, tras de que uno les da la vida y todo lo demás) que se haya visto nunca. ¡Vaya! al menos correteando chiquitos hace uno ejercicio, sin mencionar la enorme gratificación que recibimos por el simple hecho de que nuestro pequeñito de 3 años nos hace caso y cree ciegamente en todo lo que le decimos. ¿La mejor parte? ver el terror en su carita cuando nos enojamos por algo malo que hicieron... pues creen que, en realidad, su mundo se desploma cuando los regañamos y entonces ¡milagro! ya no lo vuelven a hacer..... (!!!!). Oh, dicha de las dichas, cuando la palabra de uno es la ley y puede uno obtener unos minutos de paz y tranquilidad gracias a la magia del "time-out" (o en español coloquial: "vete a tu cuarto, estás castigado").

Pero volviendo a los adolescentes; criarlos (o tratar de, al menos) es, en suma, una labor mental titánica. No te demanda realmente nada físicamente, pero lo que es mental y psicológicamente, se equipara a correr un maratón con obstáculos todos los días. Un hijo adolescente no te escucha y, cuando lo hace, parece que su cerebro procesara tus palabras en una especia de "spell-check" que omite dos de cada tres de ellas y, encima, inventa sus propias conclusiones. Cuando les dices "ok, puedes salir, pero primero recoge el tiradero que dejaste en la cocina y asegúrate de juntar toda tu ropa sucia en el cesto para que la pueda lavar", su programa de interpretación interno les dice: "ok, puedes salir, blah, blah, blah, blah, blah, y que te vaya bien". Apenas ayer en la noche, viví esta escena surreal con mi hijo de 14:
- Damián, tienes que ayudarme a sacar la basura.
- ¡Aaaaaagh! gggnnnshrrptltgh......
- Oye, tienes que ayudar ¿pues qué te pasa?
- ¡Ay! ¡no! ¡gggnnnñññ grrrlasmph!
  .......(breve pausa y concluye).... No quiero.
Entonces yo digo, ¿cómo enseñarlos a hacer cosas, cómo inculcarles sentido de responsabilidad, de trabajo en equipo, de solidaridad, cuando ni siquiera sé hablar simio?

Pero no todo es el juego de poderes o la puesta en práctica de incontables lecturas sobre la maternidad, sus usos y disgustos y otros volúmenes, dignos de un doctorado en la materia. No; de pronto y sin pensarlo, los estándares que uno tenía para la vida, los valores, las certezas, se dan la vuelta completa, cual tortilla y nos vemos teniendo que desmentirnos a nosotros mismos pues, es claro que era normal que yo bebiera alcohol en las fiestas a los 15 años, o que fumara cigarrillos como chimenea afuera de la escuela, pero "¡ni se te ocurra meter alcohol en esta casa!" les gritamos cuando van a tener fiesta, o "¿qué haces fumando? ¿cómo se te ocurre hacer semejantes estupideces?", sermoneamos cuando les descubrimos la cajetilla de cigarros en su cuarto. Debemos, todos los días, ejercer un terrible dominio de nosotros mismos para dejarlos ser independientes y tomar responsabiilidades, al tiempo que nos afanamos por guiarlos por el "buen" camino (o sea, el nuestro) elogiando acciones, ayudándolos y vigilándonos (¿y si se cae? ¿y si se rompe?). Tratamos de darles lecciones disfrazadas de conversaciones triviales, al tiempo que les afirmamos que somos muy abiertos y liberales y nos pueden hablar de todo; pero luego no sabemos ni dónde meternos o cómo borrar el gesto de horror en la cara cuando, efectivamente, nos lo cuentan, como si cualquier cosa, y nos dejan mudos sin saber qué decir. Los hijos nos muestran de manera violenta y certera, lo imbéciles que somos y lo llenos de contradicciones que nos hemos vuelto. Y bueno; es comprensible. Después de todo, nosotros fuimos ellos apenas ayer, y hoy, con cierta tristeza, nos damos cuenta que nuestro tiempo terminó y es ahora su turno de comerse el mundo a bocados.

Y esto es cierto. Ahí está la prueba de que nosotros, los padres, hemos finalmente dejado la burbuja de la juventud; esa burbuja que nos duró como 20 años y en donde, no sólo éramos los dueños del mundo, sino que además éste gravitaba alrededor de nosotros. Nosotros éramos los protagonistas de la película, los héroes, los que íbamos a cambiar a la humanidad, el motivo por el cual existían las cosas, el arte, los nuevos descubrimientos, las revoluciones, la diversión. ¡Y qué momento para ser joven! con el avance de la tecnología, con el internet, con el mundo a tu alcance. Los niños crecen a una velocidad estremecedora y parece que sucede porque, evolutivamente, sabemos que el mundo se acabará pronto y entonces tenemos que sacarle el mayor jugo posible a nuestra presencia en él. O no. Seguramente habrá muchas personas que estén en desacuerdo con esta afirmación; imagino gente de la generación de mis padres, diciendo que las cosas se desarrollaban igual de rápido cuando nos vieron crecer a nosotros. Pero no dejo de pensar que es ahora un poco diferente; dificultándo más las cosas el hecho de que nuestra generación ha resultado ser exageradamente apologética y permisiva con sus hijos, negligente a la hora de pasar tiempo con ellos, ridículamente sobreprotectora y freudianamente culposa... y  ahora estamos pagando extra, además, teniendo que ser coherentes a la hora de "educarlos" durante esta tortuosa edad.

Pero como diría Rousseau: "La juventud es el momento de estudiar la sabiduría: la vejez el de practicarla"; entonces tal vez (tal vez), lo que estamos haciendo tenga un orígen válido, una dirección concreta, cierta chispa de sabiduría. Ya lo comprobaremos en algunos años. Mientras, no nos queda más que tratar de reabastecer el tanque neuronal durante la noche (¿ya se explican porqué sufrimos de insomnio?) y afilar las herramientas durante el día.... a ver con cual de todas podremos lidiar con la gelatina.