sábado, 26 de febrero de 2011

La escuela de la Talacha.

Las personas somos como cajas de herramientas. Basta ver una para darnos cuenta qué clase de persona es su dueño. Hay los que gastan mucho dinero en tener lo último en instrumentos para uso en el hogar, lo más moderno, lo importado, electrónico, juegos completos de mil piezas; pero nada de esto a sido tocado, todo está limpio, como nuevo, prácticamente sin utilizar, salvo quizás por algún desarmador. Ahi nos damos cuenta, entonces, de que dicha persona tendrá muchos recursos, pero poca imaginación, tiempo, dedicación o intención para utilizarlos. Luego vemos otras cajas, las que casi se desarman con tocarlas, las que cargan kilos de mugre, aceite, pegamentos de todo tipo; acumulaciones de años, de pasar martillos por aquí, llaves de tuercas por allá, tijeras ya sin filo pero que de algo igual sirven, colecciones de clavitos, clavotes y tornillos de todos tamaños, alambritos y alambrotes, piezas sueltas de algo que algún día existió completo, resortes, plumas, lápices, ligas, cintas métricas. En resumen, cualquier cosa que pueda servir para algo... en algún momento. Tales colecciones de aparente basura y desorden, pertenecen a aquellos otros que disfrutan enormemente cualquier tipo de tarea manual; aquellos para quienes cada pequeña o grande labor, representa la empresa del siglo, equiparable tal vez a la construcción de una perfecta nave espacial o al descubrimiento de la cura contra el cáncer. Una de estas cajas de herramientas tenía mi papá. En su caso, incluso, la caja misma pasaba a un segundo plano. ¿Quién necesita constricciones de espacio?. Las herramientas estaban por toda la casa, en su coche, en cajones y pequeños cuartitos diseñados nada más que para eso. Mi papá creaba con sus temblorosas manos improvisados arreglos para cosas descompuestas, y cuando no había nada que componer, pues iba y se encontraba algo que romper para volverlo a pegar de nuevo; una re-creación a ratos monstruosa de algo que en agún momento sirvió para algo, pero que ahora... pues ya no sabemos ni cómo usar otra vez. Estos eran sus juegos, los de aquel niño a quien siempre le faltaron juguetes, aquellos bloques de construcción, aquellos legos y mecanos.
Participar con mi padre en estas hazañas constructivas era toda una aventura. De niña pensé que nunca aprendería yo a utliizar aquellos aparatos, que se materializaban como como sorpresas saliendo del sombrero de un  mago; porque aquello de romper, arreglar y pegar de nuevo, eso era de hombres. Mi papá llamaba entonces a mi hermano, para que lo ayudara a quitar una pieza de la tubería del baño, para cambiar un fusible, para arreglar el coche, para componer el tocadiscos; pero él no siempre recibía tales invitaciones con entusiasmo, ensimismado él como de costumbre con alguna canción que le urgía sacar en la guitarra o, simplemente, en seguir dormitando sus sueños pre-adolescentes. Surgía yo entonces, como por arte de magia, de detrás de la puerta: "¡yo te ayudo!", y ¿cual sería mi sorpresa? que mi papá un día me dice, "está bien, pero a ver nomás ¡y sin tocar nada!". Así comenzó mi educación talachera.
Trabajar con alguien de temperamento fuerte y poca paciencia, te obliga a aprender a ser un excelente observador. No decir nada, para que el otro no pierda la concentración, no moverte demasiado a su alrededor, mantener la linterna así, quietecita, no respirar, aprenderte los nombres de las cosas para que, como hábil enfermera, le pases al cirujano los instrumentos que necesita, y, muy importante, guarda tus preguntas para el final. Las preguntas siempre fueron bien recibidas, he de decir; sobre todo cuando la operación había sido todo un éxito. En cambio, si la cosa no salía para nada bien, si después de horas y varios intentos el enfermo en la camilla seguía goteando o no se dejaba pegar las extremidades, ni siquiera con el cautín, entonces más me valía hacerme a un lado y comenzar a acomodar las cosas, muy calladita... esperando el tiempo necesario hasta que él se retirara finalmente, dando por terminada la lección de ese día: "se pierden unos, se ganan otros".
Y así, observando y observando aprendí a cambiar focos, arreglar bisagras, dónde se le pone el aceite al coche y dónde el líquido de frenos; aprendí que casi todo se puede componer, con ayuda de ingenio y los materiales adecuados, pero que algunos casos, no importa cuánto empeño le pongamos, de plano son casos perdidos. Para mi padre, casi no existían los casos perdidos; prueba de ello eran varias cosas en casa, que insistían en mantenerse colgadas de un pequeño alambre, de necesitar que le movieras insistentemente un cable para que sacaran sonido, de que le martillaras de regreso esa piececita que insistía en salirse milímetro a milímetro, día con día.... No, gracias. En la escuela de la talacha aprendí que, la molestia de convivir con semejantes destrozos en la cotidianidad, era mayor que el gasto que representaba comprar uno nuevo. Sin embargo, no dejo de maravillarme de los singulares arreglos y edificaciones que mi padre construyó. Hoy día, todavía hay, afuera de su casa y al lado de dos timbres, una cuerda, verde, de plástico, que entra por un agujero, atraviesa como cuatro aros de alambre atornillados al techo y termina en una pesada campana de hierro, que mi papá se encontró quién sabe dónde y que, siempre y sin falla, resuena su grave voz cada vez que llegan los amigos de visita, a la casa de Coyoacán.

jueves, 24 de febrero de 2011

En la carretera

No sé si es verano, semana santa, diciembre o navidades, pero ahi vamos en el coche rumbo a Veracruz, como tantas otras veces; mi papá al volante, mi mamá con su paliacate rojo y nosotros atrás, los tres. Algún día se hablará de la habilidad de los niños de antes, de pasar horas y horas sentados en un coche ardiente, sin nada que hacer más que mirar pasar kilómetros y kilómetros de México por la ventana, y no hacerla demasiado de jamón. Hacíamos competencias de a ver quién ve la siguiente marca del kilómetro, juego en el cual yo siempre perdía irremediablemente por culpa de mi extrema miopía. Marcábamos el tiempo según el lugar geográfico: "¿ya pasamos Querétaro?, ¿ya llegamos a Puebla? ¿cómo se llama esta sierra?. Mi papá yo creo que siempre soñó con ser explorador, pues le encantaba la geografía y le encantaba irnos diciendo por dónde íbamos, qué río cruzábamos, cómo se llamaba esa montaña, qué indígenas eran oriundos del lugar. Su mente, un asombroso mapa al que recurría siempre sin error, aquí o en cualquier lugar del mundo en que se hallara, fascinado siempre por cada curva, por cada poblado, por cada línea fronteriza imaginaria. Podía predecir, con un márgen mínimo de error, el momento en que cruzábamos de un estado a otro, cuántos kilómetros faltaban para equis ciudad, por dónde se entraba y por dónde se salía.
Mi papá adoraba el camino, más no tanto el de las supercarreteras que van siempre derecho, fijas siempre en su necedad de ser prácticas y llegar más pronto. No. A él le gustaba meterse a carreteritas, caminos de terracería, unas ni siquera marcadas en el mapa que siempre llevaba en el coche (tan solo como referencia, claro, o casos de emergencia). Fueron muchas las ocasiones en que, sin importarle que teníamos que llegar a cierta hora a Orizaba para ver a las tías, o que se nos iba a hacer de noche en quién sabe qué chingaos remoto lugar, mi papá paraba el coche y decía: "¿a dónde llegará esa carretera....?" y todos en el coche al unísono "!NOOO!", pero era demasiado tarde, mi padre era nuevamente Lewis and Clark y su misión, llegar hasta el fondo de ese camino incierto. Pero tales expediciones nos llevaron a, realmente, descubrir lugares asombrosos; descubrimos Ixtapa, antes de que lo fuera, y ruinas mayas a mitad de la selva donde no habia nadie más que un interesado local que lo sabía todo y nos daba el tour, descubrimos Tulum, playas con manglares, ríos incruzables, atajos a Palenque, pueblos miserables donde no había nada de comer, otros tantos más pintorescos, llenos de negros y mulatos. Y alrededor de todo esto, la más exhuberante de las vegetaciones, los platanares más grandes que hayan visto, los gruñidos de fieras más escalofriantes, que nos hacían temblar en la noche, acurrucados todos dentro de una camper demasiado pequeña para cinco personas. Descubrimos mosquitos insaciables, plantas exóticas que mi papá cortaba y se las traía con gran cuidado para plantar en su jardín de la casa. Improvisamos letrinas y aprendimos que, si lo pide uno bien, cualquier persona te hecha la mano en cualquier circunstancia.

No sé si era verano, o invierno, o semana santa, pero así seguíamos viajando, yo ahora adelante con mi papá, el silencio cómodo de lo cotidiano con nosotros, ya yo sabía por dónde íbamos, cuándo cambiábamos de estado, cómo se llamaba ese cerro. En la guantera del coche mi papá guardaba un par de volúmenes de un "Cancionero Mexicano"; todas las canciones que te puedas imaginar, del dominio público para arriba, rancheras, románticas, boleros, corridos. Entonces yo pasaba las páginas y al azar, escogía un título: "Echale un cinco al piano" y se soltaba mi papá a cantarla, ¡completa! de memoria. "Corrido de Mazatlán", "Farolito", "Zacazonapan", "Qué te falta mujer", "Noche criolla" y todas las cantaba. Todas se las sabía, y si de pronto se atoraba en un verso, nomás me decía "¿cómo empieza?" y ya con eso volvía a surgir a borbotones, como una pianola a la que nomás le faltaba un quinto, la canción.
Nunca se me van a olvidar esos viajes. Los de niña, los de adolescente, los de adulta ya más escasos; en el coche bajo el rayo del sol. Con las uñas clavadas en el asiento cuando le daba por rebasar en curva, preparándole sus cubas, atenta siempre a la ceniza del cigarro que colgaba imposiblemente con casi cinco centímetros de largo y no sabías a qué hora iba a sacar la mano por la ventana para que el viento solo se la llevara.... Me quejo de que mis hijos no saben viajar, que siempre necesitan el aparatito electrónico, o la película, o el ipod. Pero ellos no tuvieron a un explorador de capitán, ni una aventura a la vuelta de una brecha. Ni tuvieron al hombre que les podía cantar de todo y que, cuando se cansaba de sí mismo, te decía "hija, cántame una de Silvio" y ahí sí me daba yo vuelo, pues, esas, me las sabía yo todas.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Tengo un asistente personal. Se llama Toyota Highlander.

Como que no hay manera, a veces, de estar con uno mismo. ¿Qué hacen los que están solos y son dueños de su tiempo? ¿Se aburrirán de pronto?. No pretendo hacer de esto un diario íntimo donde voy posteando los pormenores de mi vida doméstica suburbana; otras antes que yo lo han hecho, con resultados no muy decorosos pues, al andar buscando temas para escribir, acaban enmarañándose en chismeríos, confrontaciones con vecinos y patéticos desenlaces de telenovela.
No. Mi realidad no pretende ser tan "excitante"; en cambio, yo la bautizaría como: "desenfadadamente impráctica, dentro del marco de una supuesta practicidad". En serio,  no sé cómo sobrevivo día tras día con mi poca capacidad organizativa. Las mañanas pasan en automático, es lo bueno, con todo y que casi siempre se me olvida que tengo que desayunar. Levantarse ocurre, tan sólo, por la fuerza de la angustia que me da quedarme dormida y darme cuenta de que son, de pronto, las 9 de la mañana y todos en la casa siguen jetones. Y con todo y que me choca a veces tener que manejar a estos flojos a la escuela, que porque hace mucho frio, que hay nieve en el piso y está todo resbaloso, que estamos a -20 grados.... ya saben, las clásicas quejas, yo agradezco tener que meterme al coche y dirigirme hacia algún lado en concreto, pues es mientras manejo que de pronto mi cerebro como que se calma y todo se aclara y puedo ver mentalmente mi calendario y recordar que ¡claro! ese día tenía cita en la escuela de uno, o dentista con el otro, o clase por aquí y pagos de cuentas por allá, o fotos por editar o cartitas que escribir.
¿Qué tiene el auto que ayuda a pensar? Quizás tan solo el hecho de que obligas a tu mente a enfocarse en una sola cosa por un momento: no estrellarte con cosas fijas o en movimiento.  Al menos por unos minutos, porque el chip del "multitasking" no tarda en prenderse y ya estamos rápidamente buscando el celular, haciendo llamadas importantes que se nos olvidaron (-pues sí, oiga, que si arregla el tanque de agua pues llevamos dos días sin agua caliente...-), contestando emails, pensando en qué poner en el status del facebook, asegurándonos, con la aplicación adecuada del iphone, que la temperatura ambiente es, sin duda, la que sentí al salir de casa; y todo esto al tiempo que escuchamos las noticias con el consabido horror que éstas nos producen.
Sí, señor. Bendito el coche a quien ahora equiparo con el Ritalin. Lo amas y lo detestas, porque a la vez se apodera de tu vida, se vuelve como otra articulación de tu cuerpo, como un brazo o una pierna... pero un poco incómoda porque no nos la hicieron a la medida y, además, pesa mucho y se ensucia una barbaridad; en fin, un mal necesario.

Añoro y espero con ansias la primavera, cuando pueda sacar del garage mi querida amiga bicicleta, y salir a buscar pretextos para salir, perderme en calles que nunca he estado, no hacerle caso al timbre del celular y, lo más importante, no tener que ir a recoger ni llevar a nadie. He dicho.
Lo único es que tendré que buscarme nueva oficina... si no, ¿cómo haré para acordarme de las cosas?. O peor aún, ¿qué tal que a mi coche le da por ofenderse y busca represalias? Es capaz de atacar durante la noche a mi bicicleta, cuando nadie los ve, o fingir un ataque al alternador o derrame de líquidos supurosos, tan solo por llamar la atención.
No. Creo que mi existencia tendrá que seguir ligada de una u otra manera a ese aparato infame, pero necesario,  (aunque siempre me daré mis escapadas a dos ruedas, tan solo yo y el aire primaveral, pedaleando sin rumbo fijo, con la mente abierta y el horizonte ahi delante........)

martes, 22 de febrero de 2011

Contigo aprendí

Me enseñaste todo; desde las cosas más simples, como usar un desarmador, hasta a manejar y tener buen juicio. Me enseñaste a echarle a la vida picor, sacarle el jugo a todo. A vivir en el momento y sacarle provecho, pero de manera responsable. Tú y el maestro Pepe compartieron siempre esa filosofía: Responsabilidad.
Nunca faltaste a tus obligaciones ni nos permitiste a nosotros faltar a las nuestras. Me enseñaste a dar siempre la cara y defender siempre la razón. Me enseñaste a no decir mentiras y a que la verdad siempre nos hará mejores seres humanos. Me enseñaste el verdadero valor de la humanidad, en la cual tuviste siempre tanta fe. Me enseñaste sobre países y gobiernos, sobre ríos y montañas, sobre datos, fechas. Me enseñaste canciones y pisadas imposibles en la guitarra; y que se puede ser músico aún sin saber leer la partitura.
Sabías de cosas terrenas y espirituales. De cosas de ricos y de pobres. Pero sobre todo, sabías de las cosas de adentro, de nuestras debilidades y fortalezas... y de nuestra humildad, la más humana de las cualidades.

El Negro en su elemento. Su amada casa de Amatlán, en donde me enseñó a jugar Ajedrez, a subir montañas y a cortar limones. 
En noviembre de 2001, pasó a visitarme a mi casa de Westport, CT. Fue la última vez que vino a verme a Estados Unidos; con eso de que nunca le gustó ir "donde los gringos". Pero esa noche, coincidente con la visita del querido Bernie y otros amigos que vieneron a celebrar mi cumpleaños, el Negrito por supuesto nos regaló un par de canciones, sentidas en serio y sin necesidad de traducción al inglés.... digo, si no entienden ¡pos que se chinguen! (diría él).

lunes, 21 de febrero de 2011

Pensando en mis hijos

En la cúspide el tiempo
y en la falda el tejido de las horas
conmovida
                 la fruta ve su vejez
                 y no se limita, tan solo se impone
                                  en un himno de resortes rotos y olores descompuestos

Y el joven lo ve todo
con ojos sorprendidos y expectantes
pues ya nada se queda olvidado
                    ya todo es parte de la corteza
                    y las líneas
                                     de su árbol



Yo viajaba en un avión
a México, el 3 de agosto del 2010

Palabras para el Negro en su despedida.


Este texto lo escribí en el avión antes de su cumpleaños, cuando mis hermanos me dijeron que estaba muy enfermo… y, sin palabras, que éste podría ser el final.
Me salió lo que escribí como una elegía, aunque él seguía vivo. Hasta culpable me sentí… Por eso se oyen partes en presente y otras no.
A petición general, no lo edité, salvo por algunas correcciones gramaticales. Todo brotó solito, como un río. Como el río en el que nos embarcamos todos estas últimas semanas, con su cauce seguro y tranquilo, pero definitivo. Espero que mis palabras le hagan justicia.
Febrero 11 de 2011.



25 de enero, 2011.


Todos te dicen el Negro, y yo me preguntaba porqué no te decían café, pues negro nunca has sido. Sólo tu corazón africano, cubano y jarocho, mulato como tu abuelo Sotero. De nariz ancha, pómulos altos. De corazón sincero y alma generosa.

Todos te conocen como el Negro; trovador, cantante, difundidor de la música, alma de todo guateque y rumbeada; maestro, mentor.
Yo te conozco como mi papá. Mi papi. Pá. Que me enseñó a manejar y a acampar. Que me enseñó boleros en la guitarra y que me enseñó la importante lección de no tomar las cosas demasiado en serio, sobre todo las tragedias. La vida siempre continúa y es más importante levantarse y aprender de las caídas, que quedarse tirado lamentando tu pobre suerte.
Mi papá era creyente, pero no nos impuso ningún dios, ningún dogma; con la misma filosofía sobre la vida, nos mostró que hay cosas inevitables y que el destino es parte de quien somos. Ya iremos descubriendo cuáles son nuestras creencias, pero antes, hay que aprender a vivir. Y vivir, para mi papá, era la razón de ser y estar en este mundo. “Vive al máximo, pero con responsabilidad. Nunca hagas daño a otros. Sé generoso y no mires a través de lentes o velos; todo ser humano es digno, es admirable, merece de tu ayuda y tu tiempo”.
De mi padre heredé, ergo, una terrible confianza ciega en el prójimo. No importa cual sea la situación, siempre voy a creer primero y desconfiar después. Lo curioso es que, y a la fecha, 44 años después, han sido muy pocas las ocasiones en que he sido decepcionada o en que alguien haya abusado de mi confianza. Y finalmente, si algún maestro talachero decidió robarse las tijeras nuevas, o la sierra o ¡cualquier cosa! que estaba ahí, tan al alcance de su mano…..mi papá no se amargaba, ni cerraba con llave las puertas; simplemente se resignaba a que alguien que necesitaba algo había decidido ganárselo por el camino fácil. Pero ese no es más que un individuo dentro de toda una humanidad. Y las puertas volvían a abrirse y el talachero volvía a entrar y la confianza volvía a ocupar su lugar hasta arriba de la lista.
Confianza y generosidad. Vida y presente. Alegría y entendimiento de la tristeza. Fortaleza para estar y dar siempre lo mejor de uno. Familia y querencias por delante. Humanidad ante todo.

Todos conocen al Negro y le saben su naturaleza positiva, solidaria e igualitaria. Su socialismo y amor por los revolucionarios. Su total dedicación por causas justas, incluídas las propias a nivel del arte y la música en nuestro país.
Todos le conocen su talento, su temperamento para cantar, su musicalidad.
Otros afortunados, le conocen su generosidad y apoyo incondicionales.
Sus más cercanos le conocen sus exabruptos, su poca fina manera de comer y su terrible manera de manejar.
Nosotros, le conocemos sus debilidades y sus carencias y su necesidad, por ello, de ser a tiempos autoritario, crítico y torpe en sus afectos. Mi mamá ayudó a establecer un equilibrio casi perfecto al respecto, maestra como es ella en las artes de ser madre, esposa y maestra.
Nosotros conocemos al hombre que siempre quiso más, pero no pudo. Que secretamente se lamentaba no haber cursado una carrera, competir con los otros padres de amigos nuestros, académicos, profesionistas. Pero es admirable, creo yo, que en su realidad de niño problema, de adolescente rebelde, de posible decepción para su padre, médico, es admirable que haya crecido hasta ser quien es; quien fue. Un hombre, artista, padre de familia, orgulloso de levantarse y levantarnos graciosamente con él, con su sudor y esfuerzo y tan sólo el 100% de su talento y capacidad de darse hacia nosotros.

Lejano, indiferente a veces, controlador pero al mismo tiempo confiable. Nos regalaba verano a verano viajando en carreteras por todo México, enseñándonos que la vida es siempre mejor cantando (pero afinados, por favor!) y que no hay nada más bello que Veracruz….bueno, salvo mi madre a quien toda la vida mencionaba de nombre, dormido, despierto, mientras se bañaba mientras se perdía en la contemplación. Siempre nos daba mucha risa…y algo de ternura.

Puedo perderme en ejemplos y detalles de todo cuanto fue, al menos para mí; mi papá, no el Negro. Mi papi que me escuchaba hablar y siempre tuvo una respuesta para mis eternas preguntas….pero quien pocas veces me preguntó. Siempre supo que acabaríamos bien, yo creo, y depositó su confianza característica en nuestras decisiones, incluso en las que no estaba de acuerdo.
Pocas me preguntó algo; una de ellas, si estaba yo segura de quererme casar con Fernando, a quien había prácticamente conocido hacía apenas dos semanas. Nunca cuestionó mi respuesta; siempre me dejó hacer. Finalmente, su trabajo y el de mi madre estaba ya hecho, y lo único que podía hacer, era sentarse y ver, admirar, divertirse intrigarse con en quiénes nos convertimos.

Fue padre para nosotros y para tantos más de quien fue mentor. Con la misma confianza hacia ellos, con el mismo cariño. Su amor se siente presente aquí y en tantos ríos de música y verso; porque la vida es para vivirse y ahora te vas como lo hiciste: “llanero en todos los llanos, seré siempre hasta morir”*.


Tu hija, tu coruquis planchis,
Andrea Ojeda


*de las décimas de Don Guillermo Cházaro Lagos. Tlacotalpeño.

sábado, 19 de febrero de 2011

Hoy es nueve de febrero.

Hoy es nueve de febrero.
Hoy te fuiste, papi. No quisiste esperar más. Y bueno, tú siempre con la prisa...; el doctor dijo 36 horas de suero y luego vemos. No llegaste a 12. Apenas media botella. Digo, ya bastante hastiado estabas, con tus ojitos apagados y mirando solo para adentro... preparándote, yo creo.
Mi mamá se pregunta qué tanto andabas pensando. Conociéndote, como mil cosas a la vez... y preocupándote por tu familia. Pero al final nos hiciste caso, quiero pensar; tanto dícete y dícete que no te preocuparas, que te fueras tranquilo, que aquí todos bien...

Ayer en la noche estabas muy  inquieto. Mirabas, ahora sí, hacia afuera. ¡Papi!, te dije y te abracé. Ya va a pasar, ya viene la paz... mi mantra personal. Soltaste una lágrima...así y con todo lo reseco que estabas. ¿Hay algún truco médico ahí que no me explico?
Hoy, justo antes de irte, como a las 10:43, cuando se te estaban yendo los suspiros últimos, miraste hacia afuera por última vez. A tu familia. Y soltaste otra lágrima.
Lágrimas de mi papi, que ya viejito lloraba mucho y por todo.

Pareces Don Quijote, ahi acostado, dice mi madre. Un caballero que no cabía en estos reinos de hoy en día, pues ya no hacen ni a los caballeros ni a las causas tan nobles como antes. Pero tú eras de esos. Tu guitarra como lanza, tu canto tu Rocinante, mi mamá tu fiel Sancho Panza. Los opresores y asesinos, los injustos y utilitarios, los mentirosos y los cobardes... tus molinos. El mundo, tu México, el Caribe y Veracruz..... tus Dulcineas.

Ay, papi, papi, papi, ¡cómo te voy a extrañar, coño!. Desde hace tiempo que te extraño, pues me fui lejos; y los últimos años, por teléfono, tu voz se iba oyendo cada vez más quedita, más tenue.
Ronquido a ronquido, tu voz fue lo primero que fuiste perdiendo. ¿Y qué puede hacer un caballero sin su caballo?. Ya lo sabias, en ese momento, que ese era el principio del final. Por eso todavía diste un último concierto, ahi en Tlalpan, pese a que cantar en público era una de esas cosas que ya, de plano, no querías hacer; donde que siempre has sufrido de pánico escénico... más la neuras y la angustia. Mala combinación. Pero hasta ahí fuiste y cantaste, necio que eres, con todo y el nervio, con todo y la memoria fallida... y, sobrta decirlo, fuiste un éxito ¡avasallador!. La gente te quiere, papi, porque les das lo mejor de tí, siempre, siempre, siempre. Y el público deja la sala lleno de alegría, lleno... lleno de gozo y placer. Lleno de tí.

Nunca te diste en tintas medias; y como padre, a veces no estabas o eras, afectivamente, algo distante. Pero tu brazo paterno, tu mente, tu idea de padre, tu dedicación total a tu familia, tu presencia, fueron, siempre de los siempres, constantes. Seguros como un faro, tus mayores atributos, tus sólidas virtudes, tu enorme sabiduría, tu entrañable cariño, nos guiaron siempre.

Sabiendo que era el último, nos dejaste un disco de despedida. Un disco del que tú sólo te ocupaste de seleccionar cada canción para hacerlo. Qué tino más absoluto tuviste, al incluir aquella de Machado que canta Serrat... canción que escuchamos junto a tí Mila y yo en tu cama, y que cuando dices "soy en el buen sentido de la palabra, bueno" las dos afirmamos "oh, sí!. Y entonces ya no puedo contener el llanto, pues siento que en cada frase te estás despidiendo:
"Y cuando llegue el día del último día,  y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontrareis a bordo, ligero de equipaje... casi desnudo como los hijos de la mar."

Te quiero papi. Te quiero.

viernes, 18 de febrero de 2011

Un cuento para antes de dormir.



Un pez navega tranquilamente por el mar. De pronto se topa con un semáforo en rojo. 
–¿qué es esto?- se dice aquel. Por un momento duda si seguir su camino o detenerse.
–Pero, esto es extraño- piensa. –si alguien necesita que me pare aquí, ¿porqué no me lo dijo antes?; no veo nada a mi alrededor que indique que es peligroso seguir de largo por esta via…-. El pez se debate largamente. Finalmente cambia la luz y se pone en verde, pero nuestro pez parece que no quiere actuar en base a lo que le indica una mera señalización de tráfico. Pausa. Se espera. Siente ganas de manifestar su oposición, pero no se ve nada ni nadie. Finalmente, y con fastidio, decide avanzar, sólo para chocar de frente con una tortuga que nadaba parsimoniosamente. -¡Pero qué hace! ¿qué no ve que se pasó la luz roja? ¡¡es mi turno de avanzar!!-. La tortuga lo mira perpleja por un buen rato…. 
–y bueno- responde finalmente, -¿que no se supone que usted debía de haber pasado por aquí hace ya un buen rato?; según mis cálculos, y conociendo el tipo de pez que es usted, suponía yo que, a estas alturas, ya estaría usted bien allá….. lejos…. ¿Es que algo se le perdió aquí, o porqué lleva aquí parado sin moverse todo este tiempo?-
Viendo que sus preguntas sólo aumentaban la confusión del pez, la tortuga se disculpó galantemente y continuó tranquilamente su camino, no fuera a ser que, encima de haber perdido el tiempo esperando un cambio de luz, nuestra compañera fuera a promover más estancamientos.
El pez la vio alejarse, lenta, segura.
-¿¡Qué carajos pasó aquí!?- se dolía el pobre infeliz.

Las manos de mi papá.

Nos han dado un plazo.

Nos han dado un plazo
Nos han puesto al tanto.
Aligerar la sangre
con agua
y luego dos días
           ...o así.

¿Quién sabe?
Yo no.
Es decir, yo sé, pero no sé porqué tengo que saber.
Hay una finiquitud...¿o es finidad?
O es límite, certidumbre de la orilla.

Y después de la orilla
....el vacío (?)
lo otro.

No es tranquilizante saber que te vas a morir.
Sin embargo sé que lo sé.
Pero no me gusta saberlo.
Siempre he preferido las sorpresas.

Sé que te quieres ir
y yo no quiero que te vayas,
pero te tienes que ir porque ya no puedes
seguir sufriendo.
Lo sé.

Papi, te me vas...
y me duele mucho
mucho
mucho

Cuando la espera es una cobija muy pesada...

*Estos son algunos pensamientos que garabateaba en mi cuaderno mientras veíamos pasar las horas. Son las cosas que sentía, no tanto que pensaba. Lo expongo aquí tal cual como salió. Para mí, fue una cura en el momento; lo que me permitía hacerme a la idea de todo lo que estaba pasando. Espero no suene muy mórbido....pero igual, así es esto de la muerte.

Papi, hoy es ocho de febrero.
Ayer la luz se empezó a extinguir de tus ojos; sólo quien los ha observado muy de cerca se puede dar cuenta. Muy despacio, muy delicadamente....pero yo lo noté. Y hoy, particularmente. Casi no los abres y cuando "descansan", es como si quisieran esconderse detrás de tus párpados, al fondo de tu cabeza. Solo vemos una rayita blanca en tus ojos entreabiertos. Y una palabra, que repites como siempre has repetido desde que era una niña: Mila, Mila.
Quieres a tu pareja. A tu mujer a tu lado, que te bese la mano y te asegure que ahí te buscará, en el más allá. Quieres a tu Mila como la has querido, llamado y necesitado desde que me acuerdo. La Mila que ha estado siempre dentro tuyo, casi como un tic, cuando dices su nombre, medio dormido, medio despierto, medio durmiendo.

Te estás apagando, papi. Primero el color te abandonó (hace varios años que apenas y a "moreno" llegas). La carne se desvaneció. Tu sangre se hace blanca... a veces morada... pero ya no es sangre roja de salud y oxígeno. Este también te abandonó. Poco a poco, primero lo cambiaste por el humo del tabaco, de tus Del Prado. Pero no importaba pues siempre encontraste por ahí aire para cantar. Oh, pero abusaste de tus pulmones ahora se están cobrando, los malditos...

Tu cuerpo sabe que se está apagando. ¿Quién manda la señal? ¿el cerebro u otra cosa?. ¿Quién les dijo "¡ya estuvo! esta fiesta se acabó, se pueden ir"?. Fuiste tú, ¿verdad? Hace un año, o así, como que estabas pensando en retirarte; entonces cantaste un poco más, grabaste un disco, seguiste marcando tu huella a la manera perfeccionista y noble que tuviste siempre para con tu arte.

¿Por dónde se te escapa la vida? ¿por los pies o por la cabeza?. Tus piernas te duelen, levantas tus brazos a lo alto.... ¿por dónde llega y se va la energía?.

Tu cabeza piensa y, a ratos creo yo, sueña también. Me pregunto qué visiones tendrás que a ratos te hacen abrir los ojos y mirar al vacío, como asustado, hasta que llegamos contigo y nos aseguramos que nos ves, a nosotros, tus hijos. Pero esta medicina que te damos sigue jugando con tu conciencia, y sigues levantando los brazos y aferrándote a algo.... ¿estás esperando, buscando algo que te jale y que te lleve?

Santiago nos tranquiliza con su ipod con música y, a veces, la voz de alguien que nos guía por la relajación. Pa, deja que te envuelva ese Chi celeste del que habla la grabación. Deja que te lleve el río... que es por demás calientito. Suéltate y déjate ir. Nada importa. Todo lo terreno es intrascendente. No importa el dolor, ni la pipí, ni la angustia por seguir siendo. Nada de eso importa.
Tu energía es libre. Tu ser esencial es libre. Tú eres libre, y te puedes ir cuando quieras.

jueves, 17 de febrero de 2011

A mi padre, quien poco a poco nos iba dejando.

8 de febrero, 2011.

Hace tiempo que estás cansado, porque has hecho todo y más en este mundo. Y porque has gozado de más y vivido en pleno. Porque nunca te faltó energía para nada... hasta hace solo un par de años, que se te empezaron a olvidar las cosas y te cansabas al caminar... y tu flaco cuerpo se enfriaba con todo.
Y tú ya lo sabías, que no te faltaba mucho. Siempre has sabido todo; ¿cómo le haces?. Todo te preguntaba yo y todo lo sabías, aún cuando no fuera algo de tu conocimiento, porque entonces tú preguntabas y los expertos te respondían y entonces, de nuevo, todo lo sabías.
Quizás no supieras de las cosas que vienen en los libros de ciencia, pero para todo lo demás, para todo lo que tuviera que ver con el mundo de las personas y del más allá y el más acá y los caminos y los porqués... eso todo lo sabías. Como sabías que te faltaba poco y nos lo fuiste avisando, de alguna u otra manera.
Sin embargo, ahora tienes miedo... de todo, dices. Porque con todo lo que sabes, creo que de la muerte no sabes mucho, salvo lo que te han contado, que o significa nada pues cada quien experimenta su muy particular manera de morir. Y porque siempre has sido, de corazón, escéptico y aquello de morirse para irse al cielo como que te sonaba a algo.... no enteramente posible, creo yo. (Y a todo esto, probablemente no esté yo más que proyectándome, pero en realidad no hago más que hablar desde la seguridad intuitiva de que tú y yo siempre nos supimos entender, de pensamiento más que de palabra).
Sin embargo y pese a tu inconstante catolicismo, ahora esperas rendir cuentas con tu dios; ese del que me explicabas que vive dentro de tí, dentro de cada quién, no en ningún lugar ni bajo ninguna forma definida. En tí, nomás.
¡Ah! pero este dios no se apiada de tí, dices, no para tu sufrimiento y te lleva de una vez, por más que se lo has pedido estos últimos días. Pero el prospecto, por otro lado, de que te lleve, no es tampoco tan grato, ni lindo, ni calientito.... ¿no? o ¿a dónde chingados? ¿o a ningún lado?. Y tú tienes miedo, de todo, dices. Y con razón... pero no tanto.

Cuando Rodrigo, mi buen amigo Rodrigo a quien conociste bien pues prácticamente vivía en la casa, aquellos años durante la prepa y después, en fin, que cuando él estaba por morir, su muerte joven e injusta, estaba lleno de pánico y angustia. Se aferraba con todo a la vida, con todo y lo mucho que había estado sufriendo lo últimos meses. Yo traté de apaciguar sus miedos, una tarde desde la distancia, por teléfono, que era cruel jugada del destino que no pudiera estar ahi, abrazándolo, reconfortándolo. Y le dije que no se aferrara más, que ya iba a dejar de sufrir, que tan solo tenía que dejarse ir....en paz: "no te preocupes, que ya vas a descansar...". Pero a él no le gustó que le dijera yo estas cosas, tanto coraje tenía de tener que sucumbir a algo contra lo que luchó tanto por tanto tiempo. Sin embargo me escuchó y al final le dije lo que más le quería decir: que iba a estar él siempre conmigo y yo con él, en cada pensamiento y en cada recuerdo. Que lo quería mucho.

Murió tan solo un par de días después y me cuentan que, en el sueño de una de sus queridas amigas, Rodrigo llegó bailando a una fiesta. ¿Ves papi? Uno se va, pero se va bailando, o cantando, o pintando... lo que tu espíritu sepa hacer. Porque ese espíritu, alma, lo que sea, ESE nunca deja de existir, tan solo se transforma. Se transforma en la alegría y el amor que dejaste en el mundo, por más cursi y lugar común que suene. Lo que es un hecho es que, cada vez que bailemos guaguancó, cantemos boleros, escuchemos sones.... cada vez estarás presente. ¡Imagina! ¡Qué privilegio!

17 de febrero, 2011.
Decían en tu funeral: "¡Vaya reventón que están formando allá arriba! con Eugenio (Toussaint) y el Negro; y ahí está el Marcial (Alejandro) también, y te estarás echando tus cubas con Pepe, Luis, Segundo; y Marielena (Ortiz) que vino por tí y te va a llevar de la mano, para que no te pierdas..."
Quiero pensar que Rodrigo vino a verte y se sentó a platicar, como antes lo hacía, y revivieron momentos y te habló de cómo el se fue bailando y que hace apenas unos días escuchó unos sones jarochos y se acercó a ver de qué se trataba y te vio reir y gozar de las décimas que tus amigos te regalaban. Seguramente le habrás dicho: ¡Qué pasó, artista! ¿Cómo te quedó el ojo con este fandanguito?

Bienvenida

Me he decidido a parir un blog, para forzarme a escribir y compartir las locuras de mi cabeza con amigos y otros tantos soñadores en la red. Recientemente murió mi padre, hombre de infinito talento y sabiduría, y creo que el mejor homenaje que le puedo hacer es escribir-le y escribir-me, todos los dias, de manera constante, pues él siempre creyó en mí. No lo quiero defraudar y, más importante, quiero seguir su estela creativa, asesorada por su infinita creatividad y sentido de la responsabilidad, hacia sí mismo y hacia su arte.
Venga pues la apertura, parto lo llamo yo pues algo tiene de difícil y doloroso, de este blog que bauticé "a la vuelta del aire", porque indica lo etéreo de mis pensamientos cuando quiero ponerme a escribir.....y porque se me dio la gana (otra honesta manera de seguir la influencia de mi padre).

Y como dicen en el gabacho, Enjoy!