Nunca faltaste a tus obligaciones ni nos permitiste a nosotros faltar a las nuestras. Me enseñaste a dar siempre la cara y defender siempre la razón. Me enseñaste a no decir mentiras y a que la verdad siempre nos hará mejores seres humanos. Me enseñaste el verdadero valor de la humanidad, en la cual tuviste siempre tanta fe. Me enseñaste sobre países y gobiernos, sobre ríos y montañas, sobre datos, fechas. Me enseñaste canciones y pisadas imposibles en la guitarra; y que se puede ser músico aún sin saber leer la partitura.
Sabías de cosas terrenas y espirituales. De cosas de ricos y de pobres. Pero sobre todo, sabías de las cosas de adentro, de nuestras debilidades y fortalezas... y de nuestra humildad, la más humana de las cualidades.
El Negro en su elemento. Su amada casa de Amatlán, en donde me enseñó a jugar Ajedrez, a subir montañas y a cortar limones. |
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