Estuve en Londres en 2023 por mi cumpleaños. Gran aventura, no había estado desde mis primeras peripecias de recién casada cuando Fer estaba en Oxford y yo me vine con él, y a veces, cuando nos daba el ánimo gastalón decíamos "¿vamos a Londres?" y eso significaba gastar dinero que no teníamos pero, what the hell! Era la CIUDAD cerca de nosotros, ratas de alcantarilla criados en otra gran urbe. Para mí era necesario. Y en fin que aquellas escapadas nos llenaban de vida, de emoción, cualquier cosa que yo veía—que en mi limitada conocencia del mundo a través de fotos, portadas de discos y películas, Londres me parecía el mundo de la rebeldía, de la imparable historia, de todas las ficciones habidas y por haber—yo me tragaba como niño hambriento de pastel.
La otra cosa que no podía yo dejar de pensar desde que llegué a Inglaterra, es que estaba pisando la tierra del maestro Shakespeare. Claro, yo habiendo apenas acabado la carrera de teatro en la UNAM y teniendo bien fresquito en todo mi ser mi clase favorita que fue Teatro Isabelino, desde que llegué a tierras bretonas en lo único que pensaba era en cuándo iba yo a ver a William, pisar sus calles y sus escenarios, y los de Chris Marlowe (otro héroe mío). Es decir, imaginar, desde las lejanas tierras que nos vieron nacer y sólo por la poderosa magia de los libros y las palabras que los llenan, los suelos que estos autores pisaban, y la inspiración que recibían de su alrededor, el clima, el Támesis, las cloacas, la campiña, los lordes y los plebeyos, los mercados y los olores, y los teatros...
Nos tomó cerca de un año o más finalmente ir a presenciar una obra de la Royal Shakespeare Company, que vimos en el mismo Stratford-upon-Avon (donde dicen nació el bardo), y que en aquella ocasión tocó el turno de The Merry Wives of Windsor, obra que—honestamente—no conocía yo muy bien pero que igual disfruté enormemente. En el inter, en nuestros paseos por Londres por ahí pasé enfrente del Globe y casi me desmayo de emoción; y por supuesto, me paraba en cada librería y soñaba con volverme una estudiosa de las letras inglesas y resolver todas las preguntas, mitos, conspiraciones, que se han creado por siglos sobre el buen Willy. Ah, que rico soñar... Y es maravilloso encontrarse en ciudades que conociste en la literatura, porque entonces las ves, las respiras como sólo tú lo entiendes; a través de tus porpias vivencias a través de la lectura. Eso es Londres, para mí: una ciudad de literatura.
Y así llegamos a este día, años. muchos años después de que fuese yo alumna de teatro y devoré todo el Shakespeare que pude, después de que me olvidé de todo eso, después de que la vida se me presentó como real, y no como ficción. Años después volví a esta maravillosa ciudad y, concientemente, llegué sin ninguna pretensión, sin ningún plan; iba yo a disfrutar de estar solo ahí, de verla desde esta nueva mirada (¿adulta?), de dejar que me sorprenda sin esperar nada. Y ahí estaba de pronto este mural, apareciendo de repente, ni me pregunten dónde. No sé si fue el tamaño, o lo escondido que estaba, o lo fortuito de su aparición, pero para mí fue como un designio. "Tómame una foto" le dije a Fer. Tenía yo que dejar constancia de que yo, y él, y esa ciudad estamos conectados. Porque yo no soy quien soy sin lo que aprendí de él. Y él no es quien es sin lo que aprendió transitando en esas calles, recibiendo, oliendo y soñando en medio del asombro cotidiano de todo lo que pasaba y se pensaba en esa ciudad. Yo no sé quién más hace esto, pero cuando camino por una ciudad vieja, siento que mis suelas no solo pisan, sino que absorben.
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