miércoles, 6 de abril de 2011

Breve historia en un café.

Al encontrarse sentada, sola, rodeada de sillas, mesas, vasos desechables con café, se dio cuenta que hacía mucho, tal vez horas, que él se había ido. Como despertando de un sueño, se reacomoda en el sillón y mira discretamente a su alrededor; -Si me quedé dormida....¿se habrá dado cuenta la gente?-, pero nadie la está viendo, los clientes habituales continúan con sus rutinas habituales, criaturas sociales que, sin embargo, viven en sus propios capullos, cubículos sin paredes donde lo único que necesitan es una laptop y un vaso desechable con café.

María, sentada sola, sin una laptop, toma su vaso y se cerciora de que su café con leche ya está frio; desde hace rato, ya.... ¿cuánto?. Afuera, sigue nublado; no hay manerta de saber si el sol a mudado de dirección. Mira el reloj de la pared pero es como si estuviera inscrito en caracteres incomprensibles; no puede leer la hora. No importa. Hace tiempo que su reloj se detuvo, cuando Gabriel le dio la noticia, inesperada, que la metió en una especie de trance temporal. Sin embargo, recuerda con absoluta nitidez su voz hablándole, explicándole lo que había de pasar y cómo no había manera de evitarlo.

Se escucha música en el café; típicas canciones para acompañar pensamientos sin interrumpirlos. Maria se percata de que, todo este tiempo, la música no ha dejado de sonar. Sin embargo, hasta hace solo un momento, sus oídos estaban bloqueados, como cuando sumergimos la cabeza bajo el agua. Sus ojos inclusive, dejaron de mirar. Un océano gris oscuro, parecía, la había cubierto lentamente; tan solo las palabras de él repitiéndose como el eco de un sonar submarino: -me voy- -me los llevo- -me largo- -sin despedidas- -nos vamos- -te dejo- -olvídanos-

En otro sueño, uno no tan lejano, un hombre fantástico, usando alguna magia inconcebible, la tomó en sus musculosos brazos, como un halcón que toma con sus garras a un indefenso conejo, y se la llevó lejos, hasta su nido en lo alto de una peligrosa y empinada montaña. Ahi, el tiempo también se detuvo, por días y noches donde, jugando al amor y la pasión sin frenos, la luna permaneció brillando sobre los amantes, ajenos e impermeables a los frios vientos danando a su alrededor. Pero una mañana, un tenue rayo de sol le disipó la niebla en sus ojos y, en cambio, la llenó de una culpa infinita. Asustada, bajó como pudo la montaña, sin importarle caer al vacíio; un solo pensamiento en su cabeza: mis hijos.

Gabriel detiene su auto afuera del café. Apaga el motor y mira el reloj digital: las 9:35. Han pasado tres semanas y, pese a haber estudiado su discurso hasta memorizarlo casi, siente sus fuerzas flaquear y su determinación pendiente de un hilo. La mano aún en las llaves y el encendido, piensa en que aún es tiempo de echar marcha atrás, volver el camino andado, regresar a la madriguera. Inconscientemente mira hacia atrás, esperando no haya nada que bloquée su salida del estacionamiento, pero su mirada se detiene en las dos sillas de bebé amarradas al asiento trasero. Suspira y algo adentro del pecho le duele entrañablemente. Busca valor an algún lugar, lejos del corazón pues sabe que éste, le indicaría otro curso. Son las 9:38 pero siente que ha estado ahi afuera, sentado dentro del coche, por más de una hora. Pensando en que no hacerlo sólamente impedirá que su vida continúe avanzando, sale del coche y entra al café.

María se ha puesto bella, hoy; siempre lo ha sido. Incluso cuando no ha dormido por días enteros, sus ojos, su piel, radían una belleza contundente; es como si todo su ser se hubirea estado preparando para una lucha, una hazaña herculiana. Sabe que la balanza no se inclina a su favor, pero confía en que su esencia, el único y mayor poder que tiene, podrá amedrentar cualquier bestia, cualquier horror, cualquier desorden natural. Mira a su alrededor y se pregunta cuántas de esas personas estarán viviendo también un momento crucial, ahi, silenciosos, tomando café, tecleando en sus laptops; ¿habrán sido ellos también, en algún momento, presas de un ave rapaz, de un predador inevitable?. No importa, se dice. Sólo el capullo seguro de mi familia importa. El resto es, o pertenecer a una maquinaria inquebrantable, o perecer, tirarse al vacío, sucumbitr a la penumbra.

Cae la tarde en un camino largo. Detrás se escucha una vocecita: -papá, ¿qué horas son?-. El ve el reloj del coche: -las 19:30, o sea, las siete y media-. Convencido, el niño se acomoda en su silla y, abrazando un pequeño conejo de peluche, comienza a dormitar. Al lado, su hermanita duerme tranquila. Gabriel conduce por una larga carretera hacia el oeste, la determinación firme en su rostro. Lejos, en un café casi vacío, una mujer continúa sentada en un sillón, viendo al vacío, como hipnotizada. Son las 10:00 de la noche y nadie se atreve a decirle que tienen que cerrar; tan extraña y bella al mismo tiempo es la imagen de ella, como una estatua representando una pena enorme, dificil de descifrar pero fácil de entender.

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